Mi anhelado cómplice,
Te escribo desde el rincón más íntimo de mi alma, con el corazón latiendo fuerte y una sonrisa traviesa en los labios. Soy Andrea, y desde que imaginé tu presencia en mi vida, no dejo de pensar en lo que podríamos crear juntos. Mi mundo ya tiene un brillo especial gracias a Daniel, mi esposo, pero siento que nos faltas tu, para que enciendas una nueva chispa, que traigas ese calor que solo un amante como tú podría ofrecerme.
Esta es mi invitación, escrita con amor, deseo y una pizca de atrevimiento: ven, sé mi cómplice en esta aventura, y dejemos que el placer nos guíe.
Todo comienza el viernes por la noche. Te imagino llegando a un restaurante acogedor, de luces tenues y mesas discretas. Allí estamos los tres: tú, yo y Daniel. Mi marido, con su mirada tranquila y su sonrisa cómplice, te da la bienvenida. Nos sentamos a cenar, mientras compartimos una botella de vino, te miro a los ojos y dejo que mis dedos rocen los tuyos sobre la mesa. Daniel está presente, pero en segundo plano, como un espectador atento. Entre tu y yo, ponemos las reglas con claridad. Mi voz suave pero firme: “Daniel, tú nos apoyas, nos cuidas, pero esta noche el protagonista es él”. Veo esa chispa en tu mirada que me dice que estás listo para esto. Le pedimos a Daniel que se retire. “Vete un momento, pero no te alejes demasiado”, le digo con cariño, mientras mi mano ya busca la tuya bajo la mesa. Él se levanta, obediente, y nos deja solos.
Minutos después, Daniel regresa como nuestro chofer...
Nos recoge en su carro, en el trayecto a mi apartamento, me acerco a ti en el asiento trasero. Mis labios rozan tu cuello, mi mano descansa en tu pierna, y siento cómo tu respiración se acelera. Daniel nos mira por el retrovisor, en silencio, con esa mezcla de devoción y deseo que tanto me fascina. Llegamos a casa, lo primero que hago es llevarte a nuestra cama matrimonial. Las luces están bajas, las sábanas frescas y limpias, Daniel se queda de pie en un rincón, observándonos. Te beso con hambre, mis manos recorren tu cuerpo mientras tú me despojas de la ropa. Nos enredamos en un torbellino de caricias, susurros y gemidos. Siento tus dedos explorándome, tu boca reclamándome, cada movimiento es un incendio que nos consume. Daniel está ahí, inmóvil, sus ojos brillando mientras ve cómo me entrego a ti por completo, cómo alcanzo el éxtasis bajo el toque de tus manos. Caemos rendidos, agotados después de haberlo dejado todo por varias horas. Sientes realmente que mi cuerpo te pertenece. Nos abrazamos y dormimos placenteramente, mientras Daniel recoge el desorden y apaga las luces.
El sábado por la mañana, después de despertar entre tus brazos y recibir el desayuno preparado por Daniel, te miro y digo:
“¿Y si nos vamos a tu apartamento? Quiero un espacio que sea solo nuestro por un rato”.
Tú sonríes, juntos le pedimos a Daniel que prepare nuestras cosas. Cuando llegamos a tu lugar, le decimos “Aquí no entras. Esto es para nosotros”. Cerramos la puerta, por unas horas, el mundo es solo tuyo y mío. Nos tumbamos en tu sofá, piel contra piel, riendo, besándonos, dejando que el deseo vuelva a crecer sin prisa. Más tarde, con un guiño juguetón, te digo: “¿Pedimos algo de comer?”. Llamamos a Daniel, y le digo por teléfono: “Tráenos comida, algo rico, por favor”. Él llega con bolsas en las manos, nos encuentra desnudos, aún con el calor de nuestros cuerpos. Le agradezco con una sonrisa, pero no lo dejamos entrar todavía.
El domingo, mientras planeamos ver películas, decido darle una oportunidad a Daniel de unirse, pero en otras condiciones.
“Puedes entrar, pero vas a limpiar el apartamento mientras nosotros descansamos”,
le digo. Tú y yo nos arrunchamos en el sillón, eligiendo una película, mientras el sonido de Daniel ordenando y fregando llena el fondo. Te susurro al oído: “Esto es perfecto, ¿no crees?”. Me besas, y entre risas y caricias, dejamos que el fin de semana se desvanezca en una mezcla de placer, complicidad y libertad.
Así imagino nuestro comienzo, mi dulce cómplice. Si esta visión te enciende tanto como a mí, dame una señal. Porque contigo, y con Daniel como nuestro silencioso aliado, siento que podríamos construir algo inolvidable.
Con todo mi deseo,
Andrea
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